martes, 13 de diciembre de 2011

¿NOS CUENTAS EL CUENTO DE COMO MURIÓ PAPÁ?

Hablo con mi prima Virginia. Queremos organizar juntas algo para ayudar a otras viudas jóvenes a superar lo que nos ha tocado, encontrar una segunda oportunidad, saborear la vida, ser. Mi marido murió hace algo más de un mes. Tengo cuarenta y un años. Virginia se quedó viuda con treinta y cuatro. Yo tengo dos niños, uno de dos años y medio y otro de cuatro. Los hijos de Virginia, tenían pocos años más cuando murió su padre.
George, mi marido, murió de cáncer. La enfermedad fue muy larga y me dio tiempo a hacerme a la idea. No ha sido algo repentino, pero aún así, se pasa mal. Se pasa muy mal. Hay días horribles. Aunque suene a contrasentido, trato de disfrutar de esos días también. Cada mañana intento ver lo que me toca vivir como algo positivo, una magnífica lección de la vida. He aprendido a escuchar mis sentimientos. Escribo -porque soy escritora y es con lo que más disfruto- y también para estar acompañada y entender mejor lo que sucede dentro y fuera de mí.
También Michael y Richard, mis hijos, están sufriendo. Días buenos y días malos. El sábado fue un buen día casi todo el día. Lo que los niños tenían el viernes de acatarrados, el sábado lo tuvieron de contentos porque mis primas y mi primo vinieron a comer con sus hijos, maridos y mujer. Los niños lo pasaron en grande. Yo también. Pero cuando la casa se queda vacía, el silencio duele mucho más. Hoy me di cuenta de que para mí y también para los niños. Cuando se fueron mis primas, antes de acostarse, Michael me preguntó:
-Mamá. ¿Por qué ha tenido que irse Papá?
Su gesto me hizo entender que no esperaba respuesta. Cuatro años y ya hace preguntas retóricas.
-¿Estás triste?
-Sí.
Se echó a llorar y buscó un abrazo. No es difícil que todo lo que construyo con cuidado, con mimo durante días, se venga abajo. Solo se puede hacer una cosa. Tener paciencia.

Ayer, Michael, de camino a casa desde el cole, le dijo a Lili (la chica que le cuida):
-¿Sabes qué, Lili?
-Qué.
-Que mamá está triste porque papá se ha muerto.
Evidentemente yo a veces estoy triste, pero el niño no habla de mí. Habla de sí mismo.
Así que lo mejor en estos casos es coger el toro por los cuernos. Después del baño de todas las noches les pregunté a mis hijos si querían que les contara una historia de papá antes de irse a dormir. Los dos dijeron felices:
-¡¡Siiiiiii!!
Cuando nos sentamos en la cama, como todas las noches, mi hijo mayor me pregunta:
-¿Vas a contarnos el cuento de cómo se murió papá?
-¿Queréis ese cuento?- dije con muy pocas ganas de contárselo y rememorar algo que duele. Mi intención era más la de contarles alguna anécdota de su padre, no la historia de su muerte. Pero ambos dijeron:
-¡¡Siiiii!! ¡¡El cuento de cómo murió papá!
-Y el de su enfermedad- añadió Michael.  Respiré hondo y se lo conté. El cuento les vino bien. Me vino muy bien a mí también. Este es el cuento:
“Michael y Richard no podían dormir así que le pidieron a Lea, su mamá, que les contase el cuento de cómo murió papá. La mamá sonrió y sentándose en la cama puso a un niño encima de cada una de sus piernas.
-Había una vez –les dijo- un señor que se llamaba George. George era muy alto, muy alto, muy bueno y muy fuerte. Podría haber sido papá hace tiempo, pero vivía muy cómodamente con su mujer, Lea.  Los dos tenían una casa muy bonita y no echaban de menos tener niños.
Un día George se sintió mal y se fue a ver al médico. Le hicieron unas pruebas y vieron que tenía cáncer.
El cáncer es una enfermedad que empieza en un sitio del cuerpo, un órgano, como los pulmones, o el hígado, o la próstata. Muchas veces se cura, pero otras muchas no. Así que a veces, el cáncer estropea esa parte del cuerpo y luego también estropea todo lo demás. Cuando a George le dijeron que su cáncer no era de los que se curan, decidió que iba a hacer todo lo posible por vivir lo mejor que pudiera el tiempo que le quedaba y le dijo a Lea, su mujer, que ahora sí que quería tener hijos.
George y Lea tuvieron dos niños, Michael y Richard. Les cuidaban, les querían y los niños fueron creciendo mientras George iba de cuando en cuando al hospital a que le dieran medicinas para que el cáncer fuese más despacio. Pero un día, cuando sus niños todavía eran pequeñitos, el médico le dijo a George que su enfermedad estaba ya muy avanzada y que pronto se iba a morir. Ya no había medicina suficientemente fuerte en la tienda para él.
A George le dio mucha pena pero entonces miró a sus niños y lo que vio le hizo mucha gracia: se dio cuenta de que Richard tenía sus orejas, Michael tenía su sonrisa, Richard tenía sus ojos, Michael tenía su nariz, Richard tenía sus andares y Michael su sentido del humor. Sonrió y les besó.
Lea se despidió de George y él, contento por saber que su familia iba a estar bien, cerró los ojos y se quedó como dormido. Su cuerpo había dejado de funcionar y había muerto.
Luego, se llevaron ese cuerpo que ya no servía y lo metieron en una chimenea muy grande, donde lo hicieron cenizas. Unas cenizas finitas y suaves. Lea pidió que le dieran las cenizas.
Pero al cabo de unos días, los niños sintieron mucha pena por no ver a papá y Michael y Richard le preguntaron a su mamá dónde estaba. Lea les dijo:
-Papá ya no está pero un poquito de papá está en las orejas de Richard, en la sonrisa de Michael, en los ojos de Richard, en la nariz de Michael, en los andares de Richard y en el sentido del humor de Michael. Papá está en todas las cosas que le gustaban, en la música que escuchaba, en los libros que leyó y que yo os leeré a vosotros, en las canciones que os cantaba y que yo os seguiré cantando y en las cosas que nos enseñó a todos. Papá está en nosotros y aunque su cuerpo ya no esté, siempre que os miréis el uno al otro o que os miréis en el espejo, veréis un poquito de él.
Michael miró a Richard y sonrió al ver un poquito de su papá en las orejas de su hermano, Richard acarició la nariz de Michael y eso le hizo mucha gracia, porque vio un poquito de su papá en él. Michael hizo una broma, como las que hacía papá y los dos se echaron a reír.
Cuando Lea acabó la historia, les dio un beso de buenas noches. Se quedaron dormidos y soñaron con papá. Soñaron que aunque su cuerpo ya no estaba, siempre les cuidaría gracias a que ellos tenían sus orejas, su sonrisa, sus andares, su sentido del humor y también, gracias a que algún día serían tan altos, tan altos, tan altos y tan fuertes como lo era él."

-¿Y qué vamos a hacer con las cenizas de papá?- me preguntó Michael cuando acabé la historia.
-Las vamos a esparcir en Inglaterra, en su lugar favorito.
-¿Y yo las puedo tocar?
-¿Quieres ayudarme a hacerlo?
-Sí.
-Sííí- grito también el pequeño-
-Vale. Los dos me ayudaréis a esparcir las cenizas de papá.
Y lo harán. El verano que viene. Cuando vayamos de vacaciones a Inglaterra.

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