jueves, 14 de febrero de 2013

EL COMETA


Ayer fue uno de los peores días de mi nueva vida. Sólo recuerdo uno peor en la víspera del 2 de Noviembre. George murió el 2 de noviembre del año pasado, así que el sufrimiento que pasé el día antes del aniversario, era de esperar. El miedo se había apoderado de cada pulso, anticipando la fecha. Las lágrimas caían como ríos silenciosos con los colores del otoño, la caída de la hoja, las flores de Todos los Santos. Llovían magdalenas. Pero pasó el aniversario como se pasa una gripe. Todo mejoró. No es que me sintiera genial, pero estaba ilusionada, trabajando en varios proyectos sin descanso, cambiando juntas de radiadores, pintando el dormitorio de “azul ilusión”. Si, vale, con altibajos y sin dar palmas, pero bien, aceptable.

Ayer, sin embargo, de nuevo la hecatombe. Me sentía como si mi cuerpo anticipara algo terrible. Anegada, nerviosa, incapaz de concentrarme en la lecturas o escrituras o la sencilla compra de yogures griegos de Danone por Internet. Estaba como están los animales que presienten los terremotos. No me preguntaba el porqué exacto de mi desazón. Simplemente lo achacaba a esos vaivenes aleatorios de las emociones. Hoy creo que los vaivenes de las emociones no son para nada aleatorios.  Caigo de pronto en la cuenta de que desde hace unos días algo viene tocando las teclas de mi “programación interior” activando un malestar total de cuerpo y espíritu. Ayer estaba mal y hoy estoy peor porque de pronto… (¡Si, de acuerdo, ahora caigo, si es que parezco tonta!) … De pronto, es San Valentín. Una fecha que a mi “yo consciente” se la refanfinfla. Que prácticamente jamás he celebrado con cenas, bombones o regalos de amor.  San Valentín es una cosa comercial.

Pues no. Es mucho más. De momento es otra de esas fechas “putada”. Me caigo del guindo y descubro de forma fehaciente que nadie escapa a San Valentín. Ni una dura, guerrera, valiente y bregada servidora. Hoy estoy convencida de que mi miedo, dolor, imparable llanto, está programado en mi inconsciente con décadas adolescentes de desamor, lustros de perfecto amor en fecha tan arraigada, glamurosas fotos de revistas en las que rubias sílfides jóvenes censuran sutilmente el tamaño de mis muslos, páginas que restriegan bajo mis narices brillantes y caros regalos o simplemente: inexistente amor. Voy más allá en mis pesquisas  y me imagino ante un psicólogo que me dice:

-Voy a decir una frase y usted diga lo primero que le viene a la cabeza. ¿Preparada?

-Preparada.

- “San Valentín”

-Cáncer, miedo, amor, desamor, envidia, soledad, horterada, el día que cambió mi vida.-digo sin dudar.

-¡Caray! ¿Me lo explica?

Me fascino al recordar algo tremendo que durante un año olvido y que mi cuerpo recuerda en cada aniversario. El 14 de febrero de 2005, George y yo nos dimos cita en la consulta de un urólogo regordete que dos semanas antes había practicado una infame biopsia sin anestesia. Ese urólogo, que no me gustó al primer golpe de vista, nos miró con una sonrisita estúpida y dijo:

-Me temo que tengo malas noticias. Es cáncer.

Su gesto me recordó al de esos presentadores del telediario que no son capaces de borrar la mueca jocosa de la noticia anterior al pasar los 200 muertos en una inundación en La India. 200 muertos. ¿Dónde le ves tú la gracia, cabrón? 14 de febrero. ¿No había otra fecha más anodina? Recuerdo el tipo y el cuerpo de letra y el color del papel del informe de patología del laboratorio y también que sin poder evitarlo pensé: “14 de febrero. Esta fecha no se me olvida”. Así que aunque la cabeza quiera, y de hecho la olvide… ¿Cómo se me va a olvidar la fecha? No podemos escapar del inconsciente. Ayer lo presentía con los instintos animales. El asteroide se ha estrellado hoy, 14 de febrero.

Trato de hacer memoria y pensar si el 14 de febrero alguna vez me ha traído felicidad. Sí. Varios ramos de flores. Alguna carta para recordar. Algún inolvidable encuentro bajo el edredón. Momentos pasados. Así que después de haber estado dos días de ponerme a morir, de llorar como un embalse desbordado, caigo en que cada anuncio de perfume, folleto del Corte Inglés, valla publicitaria y cuña radiofónica forman la cola, o la cabeza de este asteroide. Me sienta genial saber que las mareas de los sentimientos, como las del mundo real, no son aleatorias.

Y ahora, una post data: según pongo el punto final a este post, mi hijo pequeño me trae el “corazón del amor” que ha hecho en el colegio. Viene llorando a lágrima viva porque su hermano ha tratado de quitárselo para poder dármelo primero. Nos abrazamos los tres.