Hoy estuve durante varios minutos sumida en una dicotomía moral.
No sabía si utilizar una mentira piadosa o ser sincera. Dado el estado
emocional en el que me encuentro –un estado que sospecho que empieza a ser
permanente- opté por la sinceridad y al hacerlo, me di cuenta de que la mayoría
de las relaciones humanas se escriben en un plano, o grado, de mentira. Para
estar en el mundo hay que mentir. Es natural mentir. Soy incapaz de mentir y
por tanto… me he vuelto imposible.
Esta es la historia con "ángel":
Un compañero director de cine me llama para comentarme que tiene
una amiga que quiere traducir un guión para llevarlo al mercado internacional. Que
ha pensado en mí. Yo, que ando canina de trabajo, digo que vale y su amiga me
llama. Una muy agradable mujer me cuenta que ella no es guionista profesional
pero que dada su experiencia con la meditación, los talleres del aura a los que
asiste y su cercanía con ese saber esotérico que necesita transmitir al mundo, lleva ya
muchos años dándole vueltas a un proyecto para televisión. Tiene guión piloto y lo está
moviendo en España y Miami. El asunto, en pocas palabras, va de una mujer que
ha estado al borde de la muerte y ha visto la luz. Autora y protagonista quieren llevarle al mundo esa
luz. Escritora y personaje asisten a talleres de meditación en los que entran en contacto con sus otras
vidas, realizan regresiones en las que han encontrado a su media naranja
espiritual, hablan con ángeles, los ángeles las van guiando en su camino… y más
cosas todas del mismo estilo. Por sus palabras deduzco que ella, claro, es una
convencida de estos temas pues practica las conversaciones con ángeles. Mi primera reacción es… escéptica. Pensé sólo en el
dinero –que no me vendría nada mal- y le dije que si quería una traducción que
me mandara el documento y yo le hacía un presupuesto. Ella sigue queriendo contarme más y yo le digo que no hace falta que
me explique el proyecto, que yo sólo voy a traducir. Pero no hablábamos de
lo mismo y yo aún no lo he pillado. Ella
estaba en un mundo, el de la ilusión (o la enajenación que es lo mismo muchas veces), y yo en otro, el del escepticismo y la
cruda realidad (o la alienación). “¿Tú crees en los ángeles?” Me dice. “No, yo creo en la verdad”.
Ella no se arredra. Yo tampoco. Le digo que le cobraré por palabras y que de
cuantas palabras estamos hablando. Ella me sigue contando el guión y el
proyecto y cositas del más allá y del viaje espiritual y de que necesita ayuda
profesional y de que no tiene mucho dinero. Me cuenta que nada sucede por
casualidad y que nos hemos encontrado y por algo nos hemos encontrado. Yo me
huelo la tostada. Después de veinte años en esta profesión, sé lo que viene: trabajar
gratis con la promesa de participar en una serie que jamás saldrá de mi ordenador y que
encima, no es idea mía. Le digo que yo creía que era una traducción, que trabajar
gratis en un guión pues que no, que es un De
ja vu, que esto ya lo he vivido, que estas cosas jamás me han avanzado
moralmente, ni económicamente, ni espiritualmente y que no y me digo: "ni aunque baje el ángel a pedírmelo. No es no". Esta es mi acertada
respuesta. Ella es maja y me dice que vale, lo asume, pero que le haga la
traducción. Quedamos en que le daré presupuesto.
Parece obvio a estas alturas que todo es uno de esos enredos
de los que uno no se escapa en el primer momento porque uno piensa que ya escapará más tarde. Pero ayer, ya era tarde. Al mismo tiempo, uno se dice que está fatal de pasta y que la chica dice que paga. Bien, sigo, sigo. Me manda su proyecto y me
pide encarecidamente que me lo lea y le de mi opinión profesional. Lo leo
porque para traducir hay que saber de qué va la historia y al leer el guión con
el más positivo talante posible, me digo que a pesar de ser malo, no está tan
mal. Realmente, en mis años de profesión he leído cosas profesionales infinitamente peores. La
idea es hasta divertida. Pienso que si me lo dieran a mí -pagando- y partiera de cero,
escribiría una cosa descacharrante. Pero también me pregunto si el humor es
a propósito o por accidente. En fin. El guión no es bueno. No es ni medio
bueno. ¿Por qué? Porque es un guión sin talento
que encima no es profesional. Con una lectura sé todo lo que le falta, lo que
le pasa, lo que no tiene y me siento mal por esta mujer que invierte recursos económicos y días y
años y meses en este traje del emperador y me pregunto hasta qué punto hago yo lo mismo con algunos de mis
proyectos y hasta qué punto la gente es sincera conmigo, con cualquiera, al recibirlos, leerlos, criticarlos. En fin,
conmovida, queriendo ser maja, o queriendo liberar mi conciencia por cobrarle por una traducción que es una pérdida de tiempo, decido darle algunas
recomendaciones para que lo corrija antes de ponerme a la tarea. Pasamos una hora al
teléfono. Ella está encantada con mis sugerencias y no sé muy bien cómo, me
dice que las haga yo, que tengo luz verde. Me lo pide por favor y me lío y es como si me lo pidiera un ángel oye y ¡no sé decirle
que no!
Empiezo a corregir y me doy cuenta de
que estoy haciéndolo para cubrir el expediente. Aquí llega el dilema. Para hacer eso bien hay que
escaletarlo entero y dialogarlo de nuevo y como no voy a hacer todo eso
gratis, tendré que darle unos retoques para salir del paso y luego traducirlo sin más y en ese punto
todo se cae por su propio peso: yo no puedo cobrarle ochocientos euros a
un ángel que jamás va a vender su serie ni en España ni en el mundo con
un guión sin talento que encima no es profesional -y no digo que me como el
sombrero si esta serie se vende, porque en estos casos uno siempre acaba
haciéndose un bocata de fieltro-.
Pienso en
los ángeles que hablan en ese guión, que no están del todo mal traídos y reflexiono sobre el más allá y las otras vidas y me digo que yo
no creo en estas cosas y que a mi manera sí que creo en la esencia de lo que
ella trata de transmitir: que la vida no es exactamente esto que vivimos y que
hay mucho más, y que las reglas de la realidad las escribimos desde la mentira
de nuestra existencia. Sí, nuestra existencia es un muy, muy mal guión, porque
vivimos como si pensáramos que no nos vamos a morir, o peor aún, vivimos
como si creyéramos que después de esta vida, viene la vida de verdad, la de la plena
felicidad. La vida sin desgracias y sufrimientos y preocupaciones y responsabilidades que probamos una vez cuando éramos niños y esto lo piensan hasta los que no lo piensan, porque los que no lo
piensan lo sienten, lo soterran, pues si no lo sintieran no habría manera de vivir entre
adultos con el grado de mentira necesario para subsistir, trabajar, vender, acomodarse, buscar tu mercado, complacer, no ofender, agradar. Y la vida es un sueño inventado, o un guión escrito
por los que creen en ángeles y por los que no creemos en nada y no, mire usté, esto, la realidad, debería ser otra cosa menos farragosa. ¿Qué? No sé. Otra
cosa mejor, más acorde con lo que sospecha el corazón, con lo que entendemos
con la razón pero que somos incapaces de asumir. Es El Matrix. Yo me he tomado la
pastilla como Keanu Reeves y veo la realidad, que por suerte no es tan fea como
la de la película, pero he despertado del sueño de los ángeles. Sinceridad parece ser mi palabra de moda. Sinceridad, pues.
En mi dicotomía tomo la decisión y le escribo a esta mujer con la mayor
sinceridad y dulzura de las que soy capaz... que no, que no tengo corazón para cobrarle
ochocientos euros por traducir su guión, que sería como estafarla a ella y a mí
misma y que tampoco voy a retocar su proyecto por lo mismo y me disculpo por haber
alimentado su ilusión para machacarla tan sólo unos minutos más tarde. Al
mandar la carta siento que le he hecho un favor y al mismo tiempo que le he clavado
el cuchillo de la realidad. Aún así, no noto la culpa. Sólo pena. Por ella, por
mí, por el mundo. Tras enviarle esa carta, lejos de sentirme liberada, me
siento más sola que nunca y me digo: “esto que siento, esto que me atormenta, debe
de ser lo que los expertos llaman… Alienación”, mientras secretamente, deseo que un ángel me premie por haber sido menos mala que buena.