He aprendido a reconocer los
días por los síntomas de mi cuerpo, la gravedad de los humores, las ganas de
escribir o salir, leer y pensar. Hoy es uno de esos días antes del llanto y en estos
tiempos de bajamar, a veces semanas, el cerebro se me emborrona impidiéndome
trabajar.
Los animales presienten los
terremotos. Quizá sea porque los pensamientos no los distraen de su contacto
instintivo con la tierra. Yo pienso poco últimamente y es curioso, creo que
este comportamiento animal me hace más humana porque al estar más en contacto
con los instintos me emociono más. Por desgracia, no me emociono cuando quiero
o al menos no lo bastante para alcanzar con facilidad las deseadas lágrimas
liberadoras. Esto me pasa desde hace años, desde que tengo la necesidad de
llorar, así que he ido desarrollando técnicas y trucos para conseguirlo.
Llorar de emoción es muy
importante. Las lágrimas que lloramos por el dolor físico son diferentes a las
lágrimas que lloramos de emoción. Estas últimas contienen proporciones más
altas de prolactina, hormona adenocorticotropa, leu-enkefalino, potasio y manganeso.
No nos diferenciamos de otros animales sólo en que pensamos frases palabras y conceptos abstractos. El ser humano es
el único animal que llora lágrimas de emoción. La composición química de este
tipo de llanto es diferente a la de cualquier otro tipo de lágrimas y su función
sigue siendo objeto de estudio, aunque se cree que lloramos estos humores de
empatía, tristeza, desahogo, humanos, por una función biológica básica, una
función… animal.
Como cualquier madre aprendí a
discernir el llanto de mis hijos desde que eran bebés. Instintivamente analizo la
composición de sus lágrimas y entendiendo si lloran de un cabezazo contra el
suelo o de emoción a causa de un peso interior. Cuando lo hacen de emoción, se desahogan,
desaguan el dolor. Liberan el humor que los asfixia y oprime y lloramos todos y
sentimos placer tras la liberación, relajación, alivio tras el
miniterremoto interior, paz cuando las placas tectónicas se asientan, un peso arrastrado
río abajo, la piedra de sal deshecha, ondas cerebrales pausadas, fin del estrés,
curación. Es de cajón entender entonces que llorar es bueno. Eso lo sabe
cualquiera. Lo que quizá cualquiera no sabe es algo que una vez dicho parece
obvio: llorar cura.
No es una frase que una
madre le dice a una hija adolescente herida de desamor, “llora, hija, llorar
cura todos los males”. No es una frase que un psicólogo le dice a una viuda desorientada: “Llorar
cura, es parte del duelo, llore usted”. No es esa frase que dijo Nieves, la
doctora de cuidados paliativos cuando el fin se aproximaba: “George, ¿te dejan
llorar? Es importante llorar”. No son frases que disculpan las lágrimas que a menudo
nos avergüenza derramar, son remedios para el malestar. Llorar cura y cura de
forma biológica.
La medicina hipocrática y
medieval consideraba que el llanto liberaba humores del cerebro causantes de
males y enfermedades. No estaban los antiguos en absoluto desencaminados pues uno
de esos grandes males, causante de inmunodeficiencia, agravante de enfermedades
simples y complejas, es el estrés. Una de las teorías que trata de explicar la
existencia del llanto de emoción en la especie humana se basa en creer que
su función básica es desechar el exceso de hormonas causadas por el estrés: excretar la mencionada
hormona adenocorticotropa.
Llorar pues, sería una necesidad
de expulsar los “malos humores” en su sentido más literal, hipocrático. Llorar
es largar al mundo los deshechos fisiológicos de la mente. Por eso a mí y a
tanta otra gente, nos gusta llorar. Y por eso a mí –y a tantos otros, supongo- me
irritan, desordenan, emborronan estos molestos días previos al llanto. Como la
experiencia es un grado y no existe la pastilla lacrimógena, diré que la mejor hora
para llorar es entre las diez y las doce de la noche. Para hacerlo bien hay que
beber mucha agua, disfrutar de una cómoda cena y retirarse al salón a ver una película.
De ser posible, conviene estar a solas.
La película ha de contar con una gran banda sonora, de esas que traen recuerdos
y han sido usadas para otros fines (publicitarios, hilos musicales en supermercados, marchas
nupciales en bodas modernas, recopilaciones navideñas). Que tenga, en suma, una banda sonora con
solera, de las de filarmónica, para que agite bien los sentimientos. A alguien
poco experimentado le recomiendo Memorias de África. Como yo ya tengo mucha
práctica, me vale con Supermán. Hale, a curarse todos.