miércoles, 25 de septiembre de 2013

HUMORES


He aprendido a reconocer los días por los síntomas de mi cuerpo, la gravedad de los humores, las ganas de escribir o salir, leer y pensar. Hoy es uno de esos días antes del llanto y en estos tiempos de bajamar, a veces semanas, el cerebro se me emborrona impidiéndome trabajar.
Los animales presienten los terremotos. Quizá sea porque los pensamientos no los distraen de su contacto instintivo con la tierra. Yo pienso poco últimamente y es curioso, creo que este comportamiento animal me hace más humana porque al estar más en contacto con los instintos me emociono más. Por desgracia, no me emociono cuando quiero o al menos no lo bastante para alcanzar con facilidad las deseadas lágrimas liberadoras. Esto me pasa desde hace años, desde que tengo la necesidad de llorar, así que he ido desarrollando técnicas y trucos para conseguirlo.

Llorar de emoción es muy importante. Las lágrimas que lloramos por el dolor físico son diferentes a las lágrimas que lloramos de emoción. Estas últimas contienen proporciones más altas de prolactina, hormona adenocorticotropa, leu-enkefalino, potasio y manganeso. No nos diferenciamos de otros animales sólo en que pensamos frases palabras y conceptos abstractos. El ser humano es el único animal que llora lágrimas de emoción. La composición química de este tipo de llanto es diferente a la de cualquier otro tipo de lágrimas y su función sigue siendo objeto de estudio, aunque se cree que lloramos estos humores de empatía, tristeza, desahogo, humanos, por una función biológica básica, una función… animal.

Como cualquier madre aprendí a discernir el llanto de mis hijos desde que eran bebés. Instintivamente analizo la composición de sus lágrimas y entendiendo si lloran de un cabezazo contra el suelo o de emoción a causa de un peso interior. Cuando lo hacen de emoción, se desahogan, desaguan el dolor. Liberan el humor que los asfixia y oprime y lloramos todos y sentimos placer tras la liberación, relajación, alivio tras el miniterremoto interior, paz cuando las placas tectónicas se asientan, un peso arrastrado río abajo, la piedra de sal deshecha, ondas cerebrales pausadas, fin del estrés, curación. Es de cajón entender entonces que llorar es bueno. Eso lo sabe cualquiera. Lo que quizá cualquiera no sabe es algo que una vez dicho parece obvio: llorar cura.

No es una frase que una madre le dice a una hija adolescente herida de desamor, “llora, hija, llorar cura todos los males”. No es una frase que un psicólogo le dice a una viuda desorientada: “Llorar cura, es parte del duelo, llore usted”. No es esa frase que dijo Nieves, la doctora de cuidados paliativos cuando el fin se aproximaba: “George, ¿te dejan llorar? Es importante llorar”. No son frases que disculpan las lágrimas que a menudo nos avergüenza derramar, son remedios para el malestar. Llorar cura y cura de forma biológica.

La medicina hipocrática y medieval consideraba que el llanto liberaba humores del cerebro causantes de males y enfermedades. No estaban los antiguos en absoluto desencaminados pues uno de esos grandes males, causante de inmunodeficiencia, agravante de enfermedades simples y complejas, es el estrés. Una de las teorías que trata de explicar la existencia del llanto de emoción en la especie humana se basa en creer que su función básica es desechar el exceso de hormonas causadas por el estrés: excretar la mencionada hormona adenocorticotropa.

Llorar pues, sería una necesidad de expulsar los “malos humores” en su sentido más literal, hipocrático. Llorar es largar al mundo los deshechos fisiológicos de la mente. Por eso a mí y a tanta otra gente, nos gusta llorar. Y por eso a mí –y a tantos otros, supongo- me irritan, desordenan, emborronan estos molestos días previos al llanto. Como la experiencia es un grado y no existe la pastilla lacrimógena, diré que la mejor hora para llorar es entre las diez y las doce de la noche. Para hacerlo bien hay que beber mucha agua, disfrutar de una cómoda cena y retirarse al salón a ver una película. De  ser posible, conviene estar a solas. La película ha de contar con una gran banda sonora, de esas que traen recuerdos y han sido usadas para otros fines (publicitarios, hilos musicales en supermercados, marchas nupciales en bodas modernas, recopilaciones navideñas). Que tenga, en suma, una banda sonora con solera, de las de filarmónica, para que agite bien los sentimientos. A alguien poco experimentado le recomiendo Memorias de África. Como yo ya tengo mucha práctica, me vale con Supermán. Hale, a curarse todos.