jueves, 29 de octubre de 2015

"NO TE VAYAS SIN DECIRME ADIÓS"

Tuve una infancia literaria. Nací, como hace todo el mundo, y del hospital me llevaron a un piso cerca de la ribera del Manzanares que estaba lleno de libros. Las librerías color cereza aún forran toda la casa y desarrollé en ese hogar de mis primeros veinte años una explosiva alergia a los ácaros del polvo.
De 1972 a 1975 empecé a tener uso de razón y hasta una cierta capacidad de memoria permanente. Mi padre era lo que hoy llaman ejecutivo de TV (aunque nada que ver) y se convirtió en lo que en aquella época llamaban "Jefe de dramáticos y culturales de TVE". Su departamento se ocupó de poner en marcha series como Los Pícaros, adaptaciones literarias de las mejores obras de Tomas Mann, de Valle-Inclán, de Chéjov. TVE hizo aquella joya: "La Cabina", con dirección de Antonio Mercero y guión de Jose Luis Garci. Se puso en marcha "El hombre y la tierra" que duró media vida y "Curro Jiménez", que era fabulosa. El modelo televisivo de esos pocos años fue el que mi padre admiraba: la BBC. Después de aquello, en 1976, un jefazo le preguntó por un pasillo si él sabía quién podía hacer un programa de libros. Mi padre no lo dudó y respondió: yo. Yo lo haré. Así empezó "Encuentros con las artes y las letras" que un año más tarde se convertiría en "Encuentros con las letras". Yo tenía 6 años. Cuando terminó Encuentros, al fin de la transición, yo tenía 12 años. Encuentros fue mi infancia. Mi patria es mi infancia. Encuentros es un país que he visitado regularmente durante toda la vida y que unió para siempre en mí alma dos conceptos que normalmente no van unidos: literatura y televisión. Soy profundamente televisiva y necesariamente literaria. Esto se lo debo a mis padres, los dos, que sin saberlo, criándome entre cámaras y voces culturales, me han dado, digamos que por ósmosis, una profesión y una forma de vivir, porque la cultura es una vida. Cultura es un contexto. Cultura es un mapa y una red. Cultura es un lugar lleno de interés.
"Encuentros" duró cinco años, de 1976 a 1982. El propio director del programa decía esto con motivo del programa 200:

CARLOS VÉLEZ. El País, 1 de mayo 1980: "Durante estos doscientos programas pasaron por Encuentros más de mil autores, con una media de treinta minutos por intervención y el 90% de ellos en una sola ocasión." La cultura no tiene por qué ser contada con chistes y chascarrillos. Algunos pretenden que seamos más divertidos. Divertidos tienen que ser los programas humorísticos o similares. Intentar casar la risa con la cultura es la causa de que TVE se caracterice por la superficialidad que afecta a la mayoría de sus programas. Un programa de estas características tampoco tiene que ser un escaparate con libros, para eso ya están las librerías". (Artículo firmado por Pérez Ornia, con motivo de la emisión del programa número 200 de Encuentros).

Hace poco me preguntaba mi querida Anna Maria Iglesia qué es para mi la cultura. Como ya lo he contestado, no voy a repetirlo aquí, pero sí voy a decir lo que creo que debería ser la cultura en TVE, que es nuestra cadena pública sin publicidad. Debe ser lo que nunca ha sido, lo que nunca fue -con la excepción de algunos programas-milagro de debate o entrevistas que se han convertido en míticos por el placer y la transmisión de pasión que daban al público más insospechado. Programas que fomentaban la cultura no mostrando la última representación teatral o el último libro de un autor famoso, sino mostrando a varios hombres y mujeres enamorados de los libros hablando y debatiendo, diseccionando y profundizando en su pasión. Yo entrevisté a mi padre muchas veces sobre aquello. Era mi infancia y me obsesionaba y preparaba un libro. Este fue uno de nuestros diálogos al respecto de la cultura en TVE:

CARLOS VÉLEZ: Lo malo es que en esto de la cultura, los que acosan, los que más vocean, son los detractores. Daba igual que fuéramos a París a ver a Marguerite Duras, que trajéramos a Juan Larrea del exilio o que viniese Günter Grass. Me decían que era un programa muy serio y yo les pedía más presupuesto para salir, hacer entrevistas fuera. Así es como lo hacíamos al principio. Eran monográficos con más salidas, con reportajes, muy periodístico, pero eso era caro y nos empezaron a recortar y a recortar. Luego, me criticaban que era muy estático, lo de las mesas redondas. Les decía que lo veían dos millones de personas. Que era necesario. Que la sabiduría de los humanistas, ensayistas, intelectuales debía llegar a todas partes y haber debate. Les decía: ¿qué catedrático, qué profesor de facultad, qué genio de las letras tiene la oportunidad de hablar ante dos millones de alumnos de una sentada? Y aún más: ¿qué catedrático de universidad tiene dos millones de alumnos en toda su vida?  Fomentar la cultura no es decirle a la gente que vaya al teatro, no es poner en un escaparate la portada de un libro, es hacer que les apetezca ir al teatro, leer el libro, comprar el disco, mirar el cuadro. Fomentar la cultura es que haya alguien que lo cuente con entusiasmo, porque lo vive honestamente, y les contagie ese entusiasmo. ¡Pero qué cojones! Yo no quería fomentar la cultura, quería vivirla. ¡Vivirla! No hay mayor placer intelectual que compartir el gusto por la reflexión sobre los temas del hombre. Vivir la cultura en todas sus versiones es la verdadera democracia.
LEA VÉLEZ: ¿Y tú qué decías a lo de que era un programa muy serio?
CARLOS VÉLEZ: Que sí, claro. Que tenían razón. (Risas)

A mi padre lo saludaban en todas las librerías donde entraba, en Madrid o en Barcelona, en cualquier pueblo perdido por el que pasábamos en alguno de nuestros viajes. Esto, ya digo que me resultaba raro, pero no lo suficientemente extraño como para preguntar: "papá... Estos tíos... ¿Por qué te saludan tan efusivos?" Aunque yo sabía que mi padre salía por televisión, era pequeña, casi nunca veía el programa y no asociaba que él saliera por la tele a la idea de que millones de personas le vieran cada semana. A pesar de todos los libros que le llegaban a casa -envíos de las editoriales con las novedades- papá visitaba varias librerías por semana y compraba. (Siempre compró libros, todas las semanas, incluso cuando ya había dejado de leerlos). Los libros de los que se hablaba en el programa a menudo agotaban sus primeras ediciones. Los libreros lo sabían, los colocaban en lugar preferente o veían Encuentros con lápiz y papel, preparados para la avalancha de compradores que llegarían en días sucesivos sin recordar el título, pero que enseguida serían orientados con perspicacia en la búsqueda de la última novedad editorial. ¿No sería una bendición que hubiera un programa así hoy día? Lo que más me gusta al escuchar las cintas de Encuentros (tengo cintas, sí) es reconocer la personalidad de mi padre en la línea editorial, en la pluralidad, en la irreverencia, en la peculiaridad. Todo lo que se dice, se ha dicho también en casa. Encuentros con las letras era a mi padre lo que la obra a un autor. Un reflejo de su vida. Una biografía fragmentada. "La política", lo diré así en genérico, arremetió contra su peculiaridad, contra "estos señores que se miran el ombligo hablando de Suetonio, de Montaigne o de estilística, pensando que un programa de libros que funcione lo hace cualquiera y "la política" (enorme sombrero bajo el que en realidad hay sólo unos pocos mediocres) se cargó el único programa que verdaderamente ha ayudado a propagar y a prosperar el negocio editorial y el "negocio" de escribir.
El día en que se presentaba mi novela más personal, El jardín de la memoria (Galaxia Gutenberg) mi padre le dijo a mi madre que se sentía mal, que se iba a meter de nuevo en la cama, que le avisara antes de que marcharse a la presentación de mi libro (él no pensaba ir porque no iba nunca a esas "cosas comerciales").  Posó la cabeza en la almohada y antes de cerrar los ojos le dijo a mi madre: "No te vayas sin decirme adiós". Después murió. Así fue como la presentación comercial del libro de su hija se trocó en reunión de amigos literarios en el velatorio de un hombre que se dejó la piel por incluir todas las voces culturales de la transición y desmitificar el mundo del libro.
"No te vayas sin decirme adiós". Yo no soy de las que se toman a la ligera estas cosas, estas casualidades, las últimas palabras de nadie. Aún sigo reflexionando. Aún sigo tratando de analizar su significado. Aún sigo buscando. Por eso escribimos, creo. Por eso leemos. Por eso miramos hacia las estrellas.

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