lunes, 7 de diciembre de 2015

Cuando yo era pequeña

Cuando yo era pequeña no existían las siglas AACC, unas siglas de las que muy poca gente conoce el significado. Tampoco existía la expresión que corresponde a estas siglas, Altas Capacidades. Cuando yo era pequeña, tampoco había programas de detección de lo que entonces se llamaba superdotación, ni recorrían los colegios y las asociaciones de padres grandes o pequeñas teorías al respecto, estudios, propuestas o programas escolares. Se consideraba lo mismo que ahora, que un niño superdotado es algo así como una aguja en un pajar, o uno entre un millón, una rara lotería. En mi casa, mis padres me decían que era muy lista porque al parecer inventaba unas intrincadas historias con mis muñecas que me llevaban días de desarrollo y porque mi dominio del lenguaje -sobre todo para hacer chistes- fascinaba a amigos y demás parientes. Yo, en cambio, me consideraba insignificante, poca cosa, patito feo, aislada, porque dentro del colegio no sabía, no encontraba forma humana de brillar. Ser lista era una condena.
Irritaba a las profesoras con mis visitas a la luna, con mi humor irreverente y con mi incapacidad –ellas lo llamaban rebeldía- para realizar tareas repetitivas y deberes. Les fastidiaba el sistema sin proponérmelo, porque hacía todo lo contrario de lo que me pedían y luego iba y sacaba un diez en el examen. Como esto resultaba frustrante para todos y al mismo tiempo, muy extraño, comenzaron a llevarme al despachito del segundo piso. Allí, una psicóloga de bata blanca y melena negra trataba de escrutar mi mente haciéndome misteriosas preguntas sobre mis padres y enseñándome las manchas del test de Rorschach (ese test en el que uno ve mariposas, clavículas, máscaras, pájaros y borratajos que dan miedo). Nadie me explicó  jamás por qué me llevaban a esta psicóloga. Tampoco mi madre supo nunca que me llevaban a una psicóloga que me enseñaba manchurrones que yo debía nombrar con propósito desconocido. Cuando la psicóloga concluyó su análisis dejé de ir a ese despacho. Una vez más, el colegio fue este Gran Hermano que me vigilaba, que me decía lo que debía hacer, que luchaba contra mi voluntad y mi individualidad, que no me dejaba brillar. Cuando yo era pequeña, nadie supo nunca que yo era una niña de Altas Capacidades y que toda mi creatividad se expresaba en familia porque tampoco existían talleres de escritura, o de cine, o de nada creativo en un nivel que no fuese parecido al del colegio. No es que ahora hayan cambiado mucho las cosas, pero mis hijos tienen al menos la suerte de saber que si se aburren en clase es porque las asignaturas les resultan poco interesantes, desmotivadoras y porque su capacidad creadora está por encima de su curso. También tienen la suerte de contar con asociaciones de padres luchadores que quieren una mejor atención al problema de la superdotación en el alumnado. Yo pertenezco a una de esas asociaciones, AEST, desde la que se organizan cursos de enriquecimiento para que los niños encuentren fuera del aula los contenidos que verdaderamente les interesan, pero hay muchas asociaciones en toda España y conviene que los padres se informen y se comuniquen con otras familias en su misma situación. Los niños con AACC no son mejores personas, no son dignos de admiración por el simple hecho de puntuar más alto en un test. Tampoco tienen el futuro resuelto por ser veloces haciendo cálculos matemáticos o propensos al arte o a la música, pero sí son más débiles por el mero hecho de que son minoría. Los niños con AACC deben ser protegidos. Su autoestima es muy frágil y sufren sin saber por qué. Los niños de Altas Capacidades son niños con gran facilidad para determinados asuntos y gran torpeza, e incluso incapacidad dolorosa en otros, como todo el mundo. Tampoco ser un niño de AACC garantiza facilidades en la vida. Al contrario. Garantiza, desde el mismo momento de la escolarización, graves problemas de adaptación, altos niveles de frustración, un demoledor, altísimo porcentaje de fracaso escolar y muchas lágrimas. Los niños de Altas Capacidades necesitan algo que no saben qué demonios es. Yo, desde donde estoy, treinta años después de aquella niña, puedo explicárselo: los niños de Altas Capacidades necesitan brillar. Necesitan embellecer el mundo para protegerse de la maldad. Un niño de AACC suele sufrir como sufre el pájaro salvaje en su jaula. Llora mucho en ocasiones, no se está quiero en la silla, rompe cosas, se vuelve irreverente y contestatario o se queda callado en un rincón. Pero a veces, cuando ya siente que jamás va a encajar, ocurre el milagro. Un buen maestro, una profesora de natación, un aficionado a la literatura, un primo músico, se reconoce a sí mismo en el niño AACC y lo ayuda a sacar el especial talento que lucha por salir. Esa afición de pronto se ensalza, se canaliza y para el niño, su vida cobra sentido. La jaula se abre. Comienza a volar y esta intensa sensación de libertad se convierte en guía, en boya, en bote salvavidas.
El taller literario para los niños que tienen un especial interés por formar frases bellas, por escribir, inventar, representar relatos, plasmar sus pensamientos y mostrarlos, exhibir su innata tendencia hacia la literatura, les proporciona felicidad, seguridad y un contexto adecuado para expresar la belleza que lucha por salir. A mí me da una felicidad inmensa, inmensa, saber que estos pocos niños tienen la oportunidad de brillar más allá de sus familias con la publicación de este libro porque para ellos, brillar no es presumir, yo lo sé. Brillar es, simplemente, poder vivir.
El otro día, mi hijo de siete años me preguntó: “Mamá, ¿por qué son tan bonitas las rosas? ¿Los insectos saben distinguir lo bonito de lo feo?” Me hizo reflexionar y tuvimos una larga conversación sobre la utilidad de la belleza para plantas, arboles, animales y humanos. Llegamos a la conclusión de que la belleza –además de muchas otras cosas- es el mejor mecanismo de atracción para perpetuar la especie y sobre todo, un espléndido escudo de autodefensa. Tendemos a admirar la belleza. A conservarla. A cultivarla en jardines. Todas las especies parecemos atraídas por la belleza de una música –amansa a las fieras, dicen- por la estética de un paisaje, por la delicia estética de una determinada sonrisa. Expresar belleza es la mejor forma de encontrar un lugar desde el que conservar íntegra, intacta, nuestra originalidad o la peculiar manera que tenemos de entender la vida o incluso de perpetuar nuestras convicciones e ideologías, porque nos proporciona el refugio de la admiración ajena. Es posible que todos los seres del planeta estemos dotados para construir una forma de belleza, aunque no lo sepamos. Yo creo que es más que posible, pero lo que sí es seguro, completamente seguro, es que absolutamente todos estamos dotados para apreciarla. Apreciar el gran talento literario de estos niños-escritores y apoyarlo es nuestra forma infalible de cultivar belleza y de lograr que el mundo –o nuestro microscópico universo- sea hoy mucho mejor.

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