Conté en las redes que mis hijos
llevan el pelo largo, y que muy a menudo, la gente los confunde con niñas cuando
vamos por la calle. En pocas palabras, di a entender que esto es propio de una
mentalidad retrógrada y alguien me puntualizó en Facebook que no es una mentalidad
antigua o machista, sino que en su modesta opinión, se trata simplemente de un
error que comete la gente por una cuestión de realidad numérica. Es decir: que como
hay más niñas con el pelo largo que chicos con el pelo largo, la gente mete la
pata sin querer.
Sin querer. Estadística. Hummm. Esto,
que es un asunto sin importancia, me hace reflexionar sobre la verdadera
importancia del asunto. La aseveración es que a día de hoy, en España, por la
calle, hay más niñas con el pelo largo que niños con el pelo largo. Que el error nace de la realidad numérica y no se debe a un prejuicio estandarizado. Creo que puede ser verdad, pero
también, puede ser, una gran mentira. ¿Quién ha hecho esta estadística? ¿Son
los comentarios de la gente fruto de la realidad objetiva del ambiente en que
vivimos o son fruto de una realidad inventada? ¿Las opiniones, el modo en que nos
comportamos, los comentarios que hacemos sin ser invitados a comentar… se basan
también, como en este asunto sin importancia, en realidades numéricas? Hay más
niñas de pelo largo. Por eso, por pura costumbre, estamos habituados a ver un
ser bajito de pelo largo, vestido de chico, y sin pensar decimos: ¡niña! Supongamos
que sí. Que esto es científicamente, estadísticamente correcto, y que hay más
niñas con el pelo largo y que somos como perros de Paulov que nada mas ver un
ser bajito de pelo largo, ya no nos fijamos en nada más y gritamos: ¡niña! Supongamos
que hay más niñas de pelo largo, igual que hay más niños con el pelo corto,
igual que hay más parejas heterosexuales que parejas homosexuales, igual que
hay más personas con dos brazos que mancos de nacimiento, igual que hay más chinos
de la China con rasgos asiáticos, que españoles con rasgos asiáticos nacidos en
Chamberí viviendo en la meseta central. Supongamos también que es pura
estadística que hay más personas, hombres y mujeres, machistas que personas no-machistas.
Si esto es cierto, son los números los que nos están jorobando, no las personas
con sus comentarios y sus percepciones de la realidad basadas en hechos
empíricos. Los números son culpables y nosotros, unos seres angelicales,
inocentes de todo prejuicio. Fin de la discusión. La realidad numérica, la muy
cabrona, es la gran culpable de las meteduras de pata, errores, machismos bienintencionados, comentarios
racistas o discriminatorios, humillantes o equivocados y para nada lo son los
prejuicios y las falsas percepciones de la realidad que se basan en supuestas realidades numéricas. Vale, hago demagogia, pero seguidme la corriente.
Era verano. Aeropuerto de Barajas. Yo
viajaba a Inglaterra con mis hijos (los que parecen niñas, porque hay más niñas
de pelo largo). Estaba en la cola del control de pasaportes. El joven y diligente
policía uniformado me catalogó nada más verme. Nada más ver a una madre sola con
dos hijos, el joven policía, diligente y uniformado, pensó: “Ajajá, he ahí una
madre sola con dos niños. La nueva ley dice que los niños sólo pueden viajar al
extranjero en compañía de uno de los progenitores siempre y cuando lleve
permiso por escrito del otro progenitor. Como esa señora, que va con esos niños
que parecen niñas, intente pasar por aquí sin el imprescindible permiso
paterno, hoy no viaja. No via-ja”. Llegué
ante el policía. Como soy viuda, es de cajón que el muerto no me había dado su permiso
por escrito, así que, a pesar de que yo llevaba todos los papeles en regla: el
libro de familia, el certificado de defunción, los documentos de identidad… la dichosa
realidad numérica había querido que el joven policía nunca se hubiera
encontrado con una viuda de viaje con sus hijos. Ahorraré la conversación con
el poli diligente, que fue larga, fue de las que forman cola de gente cabreada,
y que concluyó con un: “si su marido no puede darle permiso, se lo tiene que
dar un juez”. Eso me dijo el policía, con su chapa, su gorra y su porra y su cara
de policía majísimo y eficiente de Barajas. Yo era una mujer sola, no tenía
marido, mi marido no podía dar el permiso, luego era una mujer que para sacar a
sus hijos de España, necesitaba el beneplácito de una instancia superior: ¿Qué
hay superior a un marido ausente, que en paz descanse? Un juez. Por supuesto,
se demostró que el policía se columpiaba -y de qué manera-. Sí, claro, su error
fue provocado por la realidad numérica, la estadística dichosa. Hay que
disculpar al joven y diligente policía, que es que lo que pasó es que numéricamente
hablando, en el mundo hay más niñas con el pelo largo, igual que hay más niños
con el padre vivo, igual que hay más divorciadas que secuestran a sus hijos
tratando de cruzar la frontera con libros de familia falsos que padres majos,
sin causas con la justicia, que se van de vacaciones a Inglaterra.
La estadística también tuvo la culpa
de que el técnico de telefónica que vino a mi casa a reparar el cable roto me dijera:
“esta rama del pino igual roza en el cable. Dígale, si eso, a su marido que se
la corte”. Coño, qué frase. La voy a repetir: “dígale a su marido, si eso, que se la corte” Un error claramente
basado en la realidad numérica. Estadísticamente hablando, hay muchísimos más hombres con
experiencia en cortar ramas de pino, que mujeres. Seguro que las
estadísticas nos dicen que son los hombres, sólo los hombres, los que se suben
a los árboles con el serrucho cuando llega el momento de cortar una rama de
pino. No es que yo conozca a muchos hombres de esos. De hecho, pienso en la
poca maña que se dan para el bricolaje la mayoría de los amigos que tengo (escritores
e intelectuales, sí, esa gente tan torpe para todo lo que no sea pensar) y creo
que igual, la realidad numérica está equivocada. Lo triste es que si nos
hicieran una encuesta, estadísticamente hablando, una mayoría de hombres y de
mujeres, diríamos que es así. Que son los hombres los que se suben a los
árboles cuando toca subirse, mientras que somos las mujeres las que los
jaleamos como pesadillas constantes, para que “si eso”, nos corten de una puñetera
vez la dichosa rama. Vivimos en el cliché estadísticamente cierto. Un cliché
que nos reafirma en una realidad inventada o como mínimo, no comprobada. Vemos el
cliché y no a la persona que tenemos delante: vemos niñas donde hay niños y
hombres cualquieras en los arboles donde debería sólo haber jardineros experimentados.
¿Pero puedo aplicar una estadística
sacada de la manga para atacar otra estadística sacada de la manga? Si lo
consigo, seré genial, genial, genial, así que voy a intentarlo. Que yo haga
reflexiones sobre el machismo, que lance un tuit al respecto y que venga
rápidamente alguien a defender la sociedad, y a los torpes que se equivocan, diciendo
que la sociedad es inocente porque yerra a causa de la realidad numérica, es también
una cuestión de estadística. Siempre me pasa. Me pasa siempre. Siempre,
siempre, siempre que hago comentarios sobre la discriminación, me salen al paso
los abogadillos del pueblo, diciéndome que no es así, que veo fantasmas cuando
lo que debo ver son realidades numéricas. Que el machismo no es algo
generalizado. Que el canon patriarcal es cosa del pasado. Es entonces cuando me
miro en el espejo y veo la estadística. Mi estadística. Siempre me pasa.
Siempre. Veo esas veces, tantas, muchas veces que pienso en lanzar un tuit, o
un estado de Facebook y no lo lanzo, me lo como, me lo callo, para evitarme a estos
señores petardos que me sacan a relucir la estadística. Muy mal, Lea. Fatal. Lo
que uno se deja dentro, se pudre. Esto se lo oí una vez a no sé quién y me
encantó. Se pudre.
Los llamados micromachismos forman un
caldo de cultivo, pequeños abscesos bajo la piel, un ponche social que nos
afecta a todos, todo el tiempo, continuamente, como los rayos del sol. Unas
veces, a los prejuicios inconscientes, errores tontos, les damos poca
importancia, sobre todo si no hay daños colaterales. Otras veces, ya fastidian
más porque te hacen perder horas, dinero y aviones. Otras, son terribles y te
marcan de por vida. Por eso, por este último motivo, hay que salirse de la estadística,
de la cómoda y cálida mayoría, y reflexionar en voz alta y decir que la realidad me la trae floja cuando se trata de matar clichés. Esta es mi reflexión sesuda y demagógica sobre lo que no importa.