jueves, 28 de julio de 2016

FIRME AQUÍ

Todos hemos cazado alguna bruja vez alguna vez. Los puros, también. Hoy defendemos, con toda la razón de nuestro mundo y de nuestro corazón a una escritora atacada, acosada. Apagamos la hoguera de los libros con asombro, frustración, entusiasmo por la palabra, cualquier palabra, en contra de censuras, quema de ideas, mentalidades mezquinas y puritanas, equivocadas o simplemente, estrechas. Sin embargo, ayer mismo, lapidamos a alguien. A una persona. Lapidamos a alguien, sí, no su libro, no su obra. Lapidamos a la persona por algo que dijo o por cómo lo dijo. Fue ayer, ayer, y ya está olvidado. Firmamos algo en contra de alguien, en un instante de combustión emocional que ya no recordamos y lo hicimos porque ese alguien nos miró mal, por algo que dijo, por algo que no hizo… o ni siquiera por eso. Firmamos porque alguien dijo que lo hizo, dijo que dijo, contó que falló. Nos subimos a los carros justicieros con un entusiasmo que me deja boquiabierta, como si nunca hubiéramos visto una sola película del oeste, o como si las hubiéramos visto y nos pidiéramos ser figuración de a pie, en lugar de protagonistas a caballo. Nos subimos a los carros y ni siquiera sabemos a dónde van los puñeteros carros. Cada día, alguien nos moviliza para apedrear algo. Ayer pedimos que tal tipo fuese destituido de su puesto por unas declaraciones que hizo, por ofender a un colectivo. Recuerdo que no hace mucho se me pidió la firma para despojar de su cargo a Albert Boadella al frente de los teatros del Canal. No firmé, porque prefiero ser sheriff y no granjero enardecido agitando su horca, pero muchas personas a las que quiero y respeto y admiro, lo hicieron. Firmaron movidas por su progresismo. Y es que vemos la firma en el ojo ajeno, pero no vemos la firma propia, humillada, sesgada y atroz. Lapidamos sin ton ni son, cargados de razón (que es sin razón), con la misma antorcha en la mochila que hoy emplean los que se suman a prohibir, retirar, denostar un libro que nadie ha leído y lo que es peor, que ninguno de los anónimos firmantes habría tenido la más mínima intención de leer. Pero no caigamos en este error. No, no caigamos en esto. Este es un “mea culpa”, un “nostra culpa”. La gente de la cultura tiende a creer que “Los leídos” lapidan menos que los que no leen y que son los que no leen los que montan estos tinglados. Pues no. Lapidamos igual. Los cultos, artistas, escritores, lapidamos con semejante entusiasmo. Lapidamos y olvidamos, lapidamos y olvidamos, en nombre de la cultura, del progesismo, de la izquierda, de la humanidad, de la igualdad. Lapidamos al que más rabia nos da, lo hacemos con una saña sangrante, por ser de derechas. Lapidamos escondiendo la mano o directamente, palmeando a mano abierta. Damos unas hostias como firmas, subidos al filo del doble rasero. Firmamos sin saber de qué va un asunto, sin investigar, sin tiempo, sólo porque uno que dice que otro dijo que está enfermo o porque hay un náufrago a la deriva en la polinesia o porque queremos ser algo más de lo que somos, tristes grises de sofá. Firmamos sin leer la letra pequeña del contrato o discutirlo con alguien que sepa. Firmamos con el pulgar, como analfabetos, o con el pulgar hacia abajo, como los romanos del coliseo, movidos por el ataque al hígado de unas declaraciones desafortunadas. Firmamos lo que sea sin tener una opinión real, interna, reposada. Firmamos sin medir las consecuencias para una mujer y su familia, para un hombre y su infarto, para nosotros mismos como sociedad. Firmamos sin pensar en nosotros mismos o en el día después de la firma, porque firmamos sin consecuencias, o eso pensamos, que no hay consecuencias. Pero las hay. Son graves, las consecuencias. Los demócratas y los dictadores de corazón somos los mismos. Los mismos. Todos pudimos votar a Hitler. Los leídos y los no leídos, los de derechas y los de izquierdas, los progres y los conservadores. Los mismos. Esto es una certeza. Este es el miedo que me embarga. Los mismos. Firmamos, o nos sentimos tentados de firmar contra el enemigo visceral, porque nadie es puro en su moral cuando atacan sus apasionadas ideas. Vemos la firma en el ojo ajeno, pero no vemos la cuerda de linchar en nuestra propia alforja. Bien, pues es hora de aspirar a ser mejores, leches. Hay que dejarse de hacer enemigos y ponerse a hacer seres humanos. Es la hora de dar ejemplos de principios y de decir que no, que ¡NO!, mira, que yo no firmo sin entender lo que firmo y sus consecuencias, porque estas consecuencias las pagamos todos, porque el que viene detrás soy yo y no me dejo crucificar. Cambiemos el mundo desde el sofá. Cambiemos el mundo temiendo y respetando el poder de nuestra propia firma. Firmemos no firmar en contra de las ideas de los demás.

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