jueves, 22 de diciembre de 2016

EL NIÑO QUE SUSPENDE

He probado todas las técnicas y mi estudio de campo sobre la educación ha llegado a sus conclusiones. Si te quedas en casa y no trabajas todas las horas del mundo, si los ayudas a pensar, si conversas con ellos sobre ciencia, historia, matemática, ética y filosofía, si les obligas, cansinamente, a ser responsables, les pagas por estudiar, les revisas todos los días en la mochila para evitar que se olviden de algo importante pero aburrido o que te mientan para ocultar lo que les acompleja, les pides que te expliquen qué están haciendo en la escuela para ver si puedes encontrar un modo de motivar su interés, les sacas el tema de sus asignaturas favoritas o de sus asignaturas más odiadas, descubriendo cosas geniales, como la organización social de los egipcios y cosas terribles, como que les enseñan el paleolítico y las pinturas rupestres sin mostrarles una sola fotografía de un bisonte, una sola imagen de la cueva de Altamira, si te empeñas en apoyarles, saber qué les preocupa y aún así, suspenden alguna asignatura, en general la más fácil,  catastróficamente, el diagnóstico del colegio es que eres una madre que no les infunde el respeto necesario por las instituciones, por el aprendizaje, que los sobreprotege, los malcría, los malacostumbra, eres una madre que los agobia o incluso que hace los deberes por ellos.
Si trabajas ocho o nueve o diez horas diarias, persiguiendo tus sueños, tus metas como mujer, empresaria, guionista, médico, lo que sea, dándoles una educación con el ejemplo de esfuerzo y constancia y pasión por el trabajo, construyendo su escala de valores mental en función de tu poder social, tu fuerza intelectual, tu constante ir y venir, tú abrazo profundo, tus fines de semana totales y cariñosos, y fallan en los estudios, es porque nunca estás disponible, no reciben el apoyo y la supervisión necesaria, les dejas a su aire, no estás pendiente de cómo ayudarlos a alcanzar su potencial, no te enteras de si van bien en lengua o mal en sociales, no los sabes educar, los malcrías para compensar, no respetan nada.

Si en cambio, buscas un término medio y trabajas a media jornada y los supervisas un poco, pero los dejas a su aire otro poco, suponiendo que el colegio -que bien lo cobra- va a darles una educación motivadora, con conocimientos interesantes, con profesores motivadores o motivados (lo segundo vale, sin más), con una política de educación que respete al individuo y sepa modelarlo en sociedad sin romper su alma, sin matarlo de aburrimiento con fotocopias mal paridas de conocimientos banales, con frases hechas de folleto turístico y rutinas que valen para varias generaciones... suspenderán igual.

Los niños que suspenden, suspenden en todas las circunstancias y da igual con qué parte del cuerpo haga la madre el pino. El niño que suspende, suspende porque "es un vago" y el colegio jamás asumirá ninguna responsabilidad. Nunca. En su enroque culpable, ni siquiera pondrá en marcha mecanismos para ayudar al alumno porque todo es culpa del alumno y es el alumno quien debe conseguir que le guste escribir ochenta veces la letra L o escribir la palabra que falta del formulario ortográfico que toque. El alumno ha de amar lo banal o morir.
Tú, como madre o padre, serás culpable, por no haber estado encima, haciendo los deberes, por haber estado demasiado encima, dirigiéndoles, por no haber visto venir la hecatombe, esa que todos ven venir pero de la que solo te avisan cuando se demuestra que tú hijo suspende, ("luego, señora, su hijo no será tan listo"). Estuviste demasiado o demasiado poco, ahí callada, sin soltarles a los hijos discursos motivadores para que sepan comportarse en las aulas, a varios kilómetros de ti. No les has hecho las analíticas requeridas para comprobar que los niños buenos, amables, cariñosos, alegres que tienes en casa, padecen algún síndrome que por arte de traslocación los convierte en niños maleducados, malencarados, silenciosos, frustrados y zopencos al atravesar las puertas del colegio.
Mi análisis de la situación ha concluido. Estas son mis conclusiones. Las madres y padres y sus maleducados hijos son los únicos y exclusivos culpables de todos los problemas de la educación. Asumámoslo y peguémonos el tiro ya. Para qué sufrir.

viernes, 2 de diciembre de 2016

ESTE SILENCIO NOS MATA

La cultura lo puede someter, suavizar, decorar, maquillar y amansar, pero el machismo es abuso de musculatura, de estatura, de anchura de hombros, de capacidad de intimidación y de impunidad. Es abuso de poder. Eso es el machismo en esencia, así que está aquí para quedarse. Nunca seremos iguales, completamente iguales en sociedad hasta que no dejemos de usar en propio beneficio la ventaja de la desigualdad. Siempre habrá violadores, maltratadores, asesinos, cuñados metepatas, misóginos y aprovechados, siempre, pero con un poco de esfuerzo, cada generación serán menos y para conseguirlo, lo que me gustaría que dejara de haber, porque creo que hay que romper el techo, de verdad que lo pienso, es este silencio insoportable. Este silencio que mata. El silencio de los hombres buenos. Es una burbuja muda tan densa, que ya debería de haber estallado. ¿Qué coño les pasa a los hombres buenos del mundo que no estallan en mil cabreos? ¿Es que no tienen madre? ¿Es que no tienen hermanas? ¿es que no están casados? Solo tuvieron varones… ¿Es que ellos mismos no han vivido de primera mano, de primera vista, ataques machistas? ¿No hay hombres que hayan sufrido, visto, observado, impedido, llorado de impotencia? Os siento ahí, conteniendo la respiración. ¿No hay tíos cojonudos que digan, esto me pasó con mi hermana, esto me pasó con mi madre, esto lo vi yo y a esta mujer la defendí y a ese le quise partir la cara, pero no tuve valor y esto es todo una puta mierda? ¿Es que no te cabrea, tío, como me cabrea a mí, como me vuelve del revés, como le desesperaría a cualquier hijo de la raza humana con valores, como para salir ahí, aquí o a donde sea, a contar tu experiencia? ¿Solo vale que yo, mujer, diga que a mí, mujer, me quisieron violar, matar, por ser mujer, que me agarraron del coño en la Gran Vía, que a mí me pegaron dos hostias, que a mí me dijeron “mujer, tenías que ser, so zorra y yo aparco aquí, en segunda fila, porque me sale de la polla y si te molesta te doy con la barbilla en la cabeza”? ¿Solo vale que seamos las mujeres y uno de cada cien valientes, las que lo retuiteemos todo y lo jaleemos todo y nos lo quejemos todo? ¿No veis el daño que nos hace ser nuestro propio grito? No me lo creo. No os creo. No me creo que toda la rabia y que toda la herida la llevemos nosotras por fuera y que no os estalle el machismo por dentro, y os saque un par de gritos, qué menos. Hablad de una vez, si sois personas, y dejad de dejarnos solas.